sábado, 20 de octubre de 2007


Amo, Valparaíso, cuanto encierras, y cuanto irradias, novia del océano, hasta más lejos de tu nimbo sordo. Amo la luz violeta con que acudes al marinero en la noche del mar, y entonces eres -rosa de azahares- luminosa y desnuda, fuego y niebla. Que nadie venga con un martillo turbio a golpear lo que amo, a defenderte: nadie sino mi ser por tus secretos: nadie sino mi voz por tus abiertas hileras de rocío, por tus escalones en donde la maternidad salobre del mar te besa, nadie sino mis labios en tu corona fría de sirena, elevada en el aire de la altura, oceánico amor, Valparaíso, reina de todas las costas del mundo, verdadera central de olas y barcos, eres en mí como la luna o como la dirección del aire en la arboleda. Amo tus criminales callejones, tu luna de puñal sobre los cerros, y entre tus plazas la marinería revistiendo de azul la primavera.

Que se entienda, te pido, puerto mío, que yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado y soy como las lámparas amargas cuando iluminan las botellas rotas.

- Pablo Neruda

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